Hay que imaginarse ese pedazo de fiesta de cumpleaños. Es como los Mundiales de Fútbol o los programas de crónica rosa: no puedes escapar de ellos ni ignorarlos. Aquí están todos invitados al convite y la asistencia es obligada, cosas de la jerarquía.
A ningún alma se le ocurriría preguntar "¿de quién es el cumpleaños?", porque nadie le vería la gracia al chiste, hartos como están de presenciar todos los años lo mismo: un tipo de carne y hueso que va de chachi y enrollado, pero que es el único ser que va dejando excrecencias por ahí (bueno, el único no, que su madre también se las trae) y encima se cree el hoyo del queque. Y lo peor es que, efectivamente, ¡es el hoyo del queque!
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