jueves, 4 de agosto de 2011

Mentiras


Jamás existió, ni siquiera como mera hipótesis, la menor posibilidad de una detención o del posterior juicio justo. Osama Bin Laden era carne de cañón y, como tal, fue asesinado junto a un hijo suyo que pasaba por allí, según The New Yorker. La orden era entrar a matar. Después se difundió la muy improbable versión de una balacera respondida por los marines en defensa propia. Según esa versión, la muerte de Bin Laden habría sido un hecho no buscado, pero del todo inevitable.

No había manera de creerse una versión así, igual que no hay manera de creerse la versión de las tropas israelíes que abordaron la flotilla de la libertad. Igual que es imposible creer que la caída libre de las Torres Gemelas -repito: caída libre, sin resistencia alguna de materiales- se produjera exclusivamente por el chupinazo de los aviones horas antes.

Hay demasiadas historias que nos son contadas para que nos las traguemos sin aplicar el menor raciocinio. A veces, como en este caso, la verdad termina por revelarse, pero las más de las veces no y, sin embargo, es muy fácil aplicar el sentido común y atar cabos, tal vez no para saber siempre cuál es la verdad, pero sí para reconocer diáfanamente cuándo nos están contando mentiras o llenándonos la cabeza de armas de destrucción masiva para que no durmamos.

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