Habrá que imaginarse a esas almas curtidas a lo largo de toda la vida entre subidas y bajadas de la bolsa, al socaire de los caprichosos estados de humor de los índices Dow Jones y Nikkei. ¡Cuántas veces sus propietarios en la Tierra, surferos de las cifras y los intereses, sortearon el infarto de puritito milagro! Sólo estas almas saben el verdadero tamaño de la procesión que se iniciaba por dentro ante la súbita contemplación de unos simples decimales rojos.
Habrá que imaginárselas, ya digo, agolpadas unas a otras en un rincón, aterradas ante la constatación de que allí no hay -ni va a haber jamás- cifras luminosas, ni pantallas de ordenador, ni dinero, ni nada que se le parezca; histéricas porque no entienden cómo es eso, porque no logran descifrar lo que pasa, porque las demás almas parecen pulular como si no les importasen las ganancias ni los fondos de apalancamiento. Las muy pobres se desesperan: no logran dar con el sentido de una existencia así. En el fondo dan pena. ¿Habrá quien por favor las rescate?
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