Lo dice Benjamin Sovacool, un profesor de la Universidad Nacional de Singapur: "La fusión de un reactor de 500 megavatios situado a cincuenta kilómetros de una ciudad causaría la muerte inmediata de unas 45.000 personas, heriría a otras 70.000, aproximadamente, y causaría daños materiales que ascenderían a 17.000 millones de dólares."
La accidentada central de Fukushima se halla en Japón, uno de los países tecnológicamente más avanzados del mundo. La gestión de la crisis ha sido lamentable por el alarmante grado de improvisación de los responsables (nadie está preparado para algo así, se dice, y seguramente es verdad). Han terminado vertiendo agua desde helicópteros a las sus tripas abiertas y humeantes de los reactores, en una medida desesperada que parecería hasta cómica, de puro simple y chapucera, si no fuera tan desastrosamente trágica.
Y, en medio de este escenario, el lobby pronuclear ha demostrado tener una cara más dura que las pantallas de homigón de las centrales y una capacidad asombrosa para seguir sosteniendo, sin balbucir ni despeinarse, que la seguridad, la economía y la limpieza de la energía atómica no tienen contrincantes.
Pues bien, lo de Japón demuestra que la energía nuclear no es segura ni mucho menos barata y que lo único que tiene de limpia es que la mierda -la mortífera radiación- que sus accidentes expanden no se ve.
Mienten desacradamente y lo saben. ¿Psicópatas sociales?
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