Llegaban por cientos y en un estado deplorable. Aunque eran almas, todavía conservaban algunos rasgos de sus caras y en ellas no se veía otra cosa que el horror de los últimos instantes vividos en la Tierra. Temblaban, al igual que todo había temblado a su alrededor en el momento de morir, la placidez del nuevo entorno apenas lograba calmarles o ahuyentarles el susto. Todos se preguntaban por qué a ellos, por qué de esa manera. Se repetían unos a otros que no habían hecho nada malo y esas mismas preguntas acabaron por lloverle al único interlocutor que parecía tenerlas todas consigo en aquel lugar, un tal Pedro. Aquel santo no pudo hacer otra cosa que solidarizarse con el lacerante dolor de aquella pobre gente y le preguntó a su Señor qué debía hacer o qué debía decirles. La respuesta fue contundente:
- No tienes nada que decirles. Que vuelvan por donde mismo han venido.
- Pero, Señor... son almas que ya han sufrido suficiente, igual que los de Haití de la última vez. ¿No deberían quedarse aquí y disfrutar de la felicidad eterna?
- No.
- ¿Y eso por qué, mi Señor?
- No son cristianos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Se permite la entrada, cómo no, a todas las ideas.
Se prohíbe la entrada, cómo no, a cualquier insulto.