lunes, 4 de octubre de 2010

Crónicas de Berlín VIII


Ayer fue la Fiesta Nacional de la Reunificación Alemana y, como había que celebrarlo a lo grande, pues llenaron la calle del 17 de Junio de jumbotrones, escenarios y atracciones de feria, de kioskos y chiringuitos de currywurst, bratwurst, glühwein y cerveza... y crêpes franceses y comida asiática y oliebollen holandeses y fish&chips ingleses y langos húngaros y... de todo, menos chovinismo patrio (los globos eran azules con estrellas amarillas, en plan bandera europea).

Hay maneras y maneras de vivir el nacionalismo y éstas suelen depender de la historia de cada país. Aquí se cuidan muy mucho de reivindicar el orgullo patrio más allá de un determinado nivel en el que la situación se les vuelve claramente incómoda. Quizás por el mismo motivo, el respeto a las opciones ideológicas de cada cual es máximo (siempre que no tengan relación con el nazismo que aquí es perseguido penalmente). En los colegios públicos, por ejemplo, los padres tienen la posibilidad de decidir si su hijos deben asistir a religión o a las clases de apoyo sustitutivas y acostumbradas... o a clases de humanismo. "Y eso, ¿qué es lo que es?"- Se estarán preguntando algunos de ustedes, seguramente asombrados ante la existencia de una tercera vía.

En la asignatura de humanismo se les cuenta a los niños de 1º, 2º y 3º de básica que el príncipe Wenceslao y la princesa Irene se van a casar, pero que Irene está triste, porque prefiere a su dama de compañía y Wenceslao bebe los vientos por el pintor que está terminando su retrato de soltero. La cosa se va complicando conforme se acerca el día de la boda y a los niños se les va preguntando lo que harían si estuvieran en la piel de cada uno de los protagonistas. Al final, como ocurre en casi todos los cuentos, la historia tiene un desenlace feliz y cada uno de los novios acaba comiendo perdices con la persona de la que está enamorada. Qué quieren, los cuentos son así.

Ahora la cuestión es saber por qué en España existe un ejército de personas siempre dispuestas a sostener a sangre y fuego que esa asignatura, de impartirse en los colegios públicos españoles, no sería otra cosa que una fábrica de homosexuales y depravados. Y la segunda cuestión es entender por qué en Alemania (o en Berlín, al menos) nadie parece darse cuenta de tan evidente realidad y por que, además, se les ve tan contentos lanzando globos con banderas europeas en lugar de las propias.

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