lunes, 11 de octubre de 2010

Crónicas de Berlín IX


Unas cien veces habré pasado por ahí sin saber que existía... pero existe. El sitio en cuestión es un enorme conjunto de almacenes y espacios residuales que hay justo debajo de la estación de metro Gleisdreieck, no muy lejos del Potsdamer Platz.

Hay muchísimos sitios así en Berlín: instalaciones del siglo XIX que quedaron abandonadas en algún momento de su historia por los más diversos motivos, entre los cuales bien pueden estar la drástica reducción de la población, tras las sucesivas derrotas en las guerras mundiales, o los cambios en los usos industriales que provocaron que se volvieran obsoletas o inservibles muchas infraestructuras y fábricas. Sin embargo, en Berlín, algunos de esos lugares retornan a la vida y se vuelven mágicos, casi por generación espontánea y autogestionada, en forma de mercadillos y espacios culturales multifuncionales. A veces (como ésta) son tan potentes, que ríete tú del Covent Garden londinense.

Los bajos de Gleisdreieck (Triángulo de vías, en español) también tiemblan con el paso de cada tren sobre sus bóvedas, como suele ser normal, pero éstas tienen como peculiaridad que están llenas de miriadas de mariposas de fieltro que dan la entrada a unos pequeños talleres de costura y de diseño textil. Un poco más allá se encuentran unos salones gigantescos con artistas de todos los ámbitos, estilos y tendencias exponiendo sus mejores obras o creándolas sobre la marcha. Pintores, grafiteros, escultores, diseñadores de moda, de joyas, gráficos y artesanos de todo tipo comparten una nave blanca blanquísima, con cerchas de hierro en lo alto y techos de chapa. A su lado hay un enorme patio cubierto donde caben más de mil personas y donde encuentras todo tipo de comidas y bebidas y, si lo cruzas, te adentras en otra nave en la que el viaje ya viene a ser del todo interestelar: una exposición de arte digital verdaderamente sublime, con imágenes hipnóticas y de realización muy vanguardista, con monitores de TV en lugar de lienzos y con cascos auriculares colgando del techo. Sonidos en sincronía con las imágenes hiperrealistas y oníricas (peces volando por las azoteas de tu ciudad y cangrejos que intentan cazarlos... o masas negras y bulbosas que se expanden y se contraen, cambiando de forma, densidad y texturas, como ninguna materia real podría hacerlo).

Si existe el Cielo, tiene que haber en él una sección -o departamento, o subcielo, o como demonios quiera que se llame- parecido a esto que les cuento. Si no, no merece la pena.

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