Lo más bonito es ese entendimiento global sin idiomas que dominará la escena. Si a usted, pongamos por caso, le interesa la filosofía, entonces es de suponer que podrá mantener una grata e instructiva conversación a tres con las almas de Aristóteles y Nietzsche en un momento dado. No me pregunte cómo se trasvasan con comodidad los pensamientos de una cierta enjundia en griego, alemán y español de forma que siempre esté todo claro, pero hay que entender que en el Cielo esto no sólo es posible, sino que es la tónica habitual.
Claro que también cabe la posibilidad de que allí no tengan lugar los pensamientos complejos o ni siquiera los pensamientos más sencillos y que todo se reduzca a la contemplación obnubilada de la Gloria Divina, como si estuviéramos todos fumados. En un escenario así, nadie habla con nadie y los idiomas de cada cual no suponen problema alguno. Nos miramos unos a otros y nos sonreímos mutuamente en perfecta comunión de almas, pensando para nuestros adentros -cada uno en su idioma, eso sí- "¡Yas, qué chachi!".
Tanta alforja para tan exiguo viaje (conozco a camellos que se lo montan mejor, parapetados en sus esquinas).
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