Drazen. Así se llama uno de mis compañeros de trabajo. Drazen es esloveno y, a simple vista, un tipo de lo más peculiar. Jamás se desviste de su gorra de lana, así haga el mayor de los bochornos, pero tampoco se pone abrigo en el mayor de los fríos. Viste como los niños de las películas de Jaques Tati, con las perneras a medio camino de las pantorrillas, y se comporta con el recato de un monje de clausura, lo que no le impide dar de vez en cuando muestras de un inteligentísimo sentido del humor. Drazen tiene muchas cualidades compartidas con el resto de los compañeros y compañeras de trabajo, que hacen que yo les admire a tod@s hasta la médula (profesionalidad, eficiencia, amor por lo que hacen...), pero es que hoy el esloveno se ha salido: al volver de su pausa para la comida, nos ha regalado a cada uno un tulipán violeta para celebrar el día de la Mujer.
Y ahí lo dejo, sin comentar nada, porque todavía me sigue dando que pensar y aún no sé qué decir, ni si acaso debo decir algo.
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