sábado, 15 de enero de 2011

Escenas Celestiales XCII


En un apartado rincón del Cielo, enmedio de un absoluto vacío, en una extensión que es infinitamente mayor de lo que cualquiera pueda imaginar y, a la vez, más ínfima que la milmillonésima parte de la milmillonésima parte de un átomo, dos almas departen amistosamente (no saben hacerlo de otra manera, se trata del Cielo, allí no hay 'malos royos', no puede haberlos, por definición), mientras se solazan en contemplar la Gloria Divina.
- Es maravilloso poder contemplar la Gloria Divina siempre que uno quiere, ¿verdad?
- Y también cuando uno no quiere.
- Noto cierto retintín en eso.
- ¡Porque hay retintín! Estoy harto de contemplar la Gloria Divina a todas horas...
- Pero es que no hay nada mejor. Ni en tus más dulces sueños pudiste jamás imaginar la enorme sensación de placer que eso provoca.
- En eso llevas razón, pero...
- ¿Pero?
- De vez en cuando, añoro.
- ¿Añoras? ¿Qué añoras?
- Añoro cuando éramos seres materiales.
- ¡Venga ya! Eso es imposible. Y menos para un poeta como tú. ¿Cómo puedes añorar estar hecho de materia, tener que cargar con tu propio peso, pasar sed, hambre, frío y toda clase de necesidades?
- Cuando éramos humanos, había algo excepcional en nosotros, que ahora ya nunca tendremos: Estábamos hechos de átomos inmortales. Y todos los átomos de nuestros cuerpos estuvieron alguna vez en el infierno de una estrella en explosión. Cada uno de ellos había vivido innumerables y agitadas vidas a través del espacio y del tiempo. Estaban ahí en el comienzo de los tiempos y sobrevivirán a la desaparición de la Tierra y el Sistema Solar, mientras nosotros estamos aquí viendo pasar los días inútilmente, almas sin sustancia, por mucha Gloria Divina que tengamos para contemplar a todas horas.
- ¡Estás blasfemando! Además, antes éramos simples mortales, cuando aquí somos eternos.
- ¿Simples mortales, dices? De simples, nada. El átomo de oxígeno que alguna vez respiré pudo haber sido parte del último aliento de un César o de la primera criatura que caminó sobre la Tierra. El átomo de carbono de una pestaña mía pudo haber viajado en un asteroide por el espacio sideral durante eones y quién sabe si lo volverá a hacer algún día. En ese sentido, yo ya era eterno. No me hacía falta esto, ¿no lo entiendes?
- No. ¿Sabes? Eres muy raro, con esa angustia que no entiendo de dónde te sale.
- Yo tampoco sé de dónde sale. Está ahí.
- Eso te pasa por ser poeta. Va a ser eso.
- Va a ser eso, sí.

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