sábado, 18 de diciembre de 2010

Escenas Celestiales LXXXVII


Continuamos donde mismo lo dejamos en la escena anterior: Ha tenido lugar el esperadísimo Juicio Final, el Cielo ha cerrado sus puertas y ha desaparecido para siempre, por obsoleto. La Humanidad, compuesta ahora sólo por las personas más santas y beatas, ha vuelto a la carne, tal como le había sido prometido, y ya más nunca temerá a la muerte.

El trato entre gentes tan nobles y literalmente 'buenas' es inmejorable. La consonancia es total. Reina la armonía. No hay nada que disturbe la felicidad que reina por doquier. Todo discurre sobre un fondo de música sacra y cantos gregorianos. La naturaleza es del todo amable con los hombres, no hay fieras que les amenacen y la comida se encuentra allí donde se precisa. Lo mismo sucede con el agua y los zumos de fruta. También hay vino, por supuesto, pero éste sólo se toma en comunión. Ángeles y personas contemplan juntos la Gloria Divina, encantados. La escena es verdaderamente idílica, casi como sacada de un sueño de Rouco Varela.

En verdad os digo que jamás se vio tamaña perfección sobre la faz de la Tierra. Dios, en medio de aquello, comparte vida y espacio con los hombres de carne y hueso, que por fin le miran con sus ojos, le escuchan con sus tímpanos y hasta disfrutan de su olor. ¿Olor? ¿Olor he dicho? ¡¿Quién ha sido el desgraciado que se ha tirado un pedo?!

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