miércoles, 31 de agosto de 2011

Crónicas de Berlín XVIII


Frente a mi casa hay un muro de ladrillo rojo que amenaza ruina y, tras él, un señor cementerio que sólo se ve en invierno, cuando los gigantescos árboles que lo pueblan se quedan desnudos. Hasta entonces, mis ventanales parecen asomarse sobre la mismísima cuarta luna de Yavin. La vegetación es tan tupida que no se ven las tumbas, pero sí las luces rojas de velas que centellean por las noches entre las hojas, componiendo un delicado espectáculo a modo de luciérnagas que realmente hipnotiza. Ya he presenciado -de oídas- dos entierros en los que un solo de trompeta interpreta el "My Way". Seguramente ha habido muchos más. Cuando llegue el otoño, lo que ahora es sólo verdor estallará en los mil y un colores que tiene el fuego. Después llegarán la nieve y el barro y todo eso desaparecerá.

Pero comenzará de nuevo el ciclo de la vida y los esqueletos de los árboles se vestirán con sombrero y todo en menos de una semana, dejaré de ver nuevamente los edificios que hay al norte y entretendré mis noches de estío persiguiendo a las luciérnagas de cera. En otoño buscaré nombres para esos tonos naranja que nunca antes habré visto y en invierno... en invierno... si todo sale según lo previsto y la señal con fecha que han puesto no es ningún farol, en invierno de 2012 podremos volver a aparcar los coches, mis vecinos y yo, ante el muro del cementerio que ahora amenaza ruina. No sé qué habrá de pasar con ese muro de aquí a diciembre del año que viene, pero no me cabe la menor duda de que entonces -ni un mes antes, ni un mes después- se podrá, efectivamente, aparcar. ¿Alguien puede dudarlo? Lo pone en la señal... y además lo pone en alemán.

1 comentario:

  1. no sé si podrás aparcar...pero me encantaría ver esos colores de otoño...crónica para soñar, precioso

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