sábado, 13 de agosto de 2011

Escenas Celestiales CXXII


Las almas asisten aterrorizadas a los alaridos de un dios que hasta entonces sólo había sido Gloria Divina, es decir, paz, quietud y felicidad sin fin. Sus gritos atronan el Cielo hasta en los más recónditos rincones (sí, amigos, el Cielo también tiene recónditos rincones). Nadie alcanza a entender lo que dice, si es que dice algo, pero está verdaderamente fuera de sí, revolviéndose con la fuerza de mil huracanes y tirándose de los pelos (sí, amigos, dios tiene pelos). Nadie se atreve a dirigírsele para preguntar lo que sucede, no vaya a ser que las cosas empeoren aún más.

Por suerte para esas almas, dios es uno y trino a la vez, así que cuentan con el hijo y con el espíritu santo, muy tranquilos ellos, para indagar en las causas de ese inesperado comportamiento.

Jesús contesta, con total displicencia y sin dejar de mirarse las uñas, a la pregunta que todos se estaban haciendo: "Es por culpa de su mandado en la Tierra, Benedicto, que ha decidido por su cuenta y riesgo otorgar indulgencia plenaria a todos los que acudan a la jornada mundial de la juventud en Madrid... y lo ha hecho sin ni siquiera preguntarle."

¡Brrrrrruummmmmmmmmm, brrruuummm! - atruena una vez más y las almas temblorosas inquieren con la mirada a Jesús que les responde: "Dice que cómo se le ocurre otorgar indulgencias plenarias así, a lo hippy..."

"Tú siempre tan diplomático, Jesús." - dice de pronto el Espíritu Santo. "Ha dicho: ¡Me cago en sus muelas!"

Abajo, sobre los doscientos confesionarios del Parque del Retiro, se desataba una torrencial tormenta de verano, como los más viejos del lugar no recordaban haber presenciado jamás.

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