sábado, 27 de agosto de 2011

Escenas Celestiales CXXIV


O no. Igual resulta que lo de la resurrección de la carne no es coña. Igual resulta que nuestra alma atesora, vaya usted a saber cómo, la información recogida en nuestro código genético y que es la responsable de que nuestro cuerpo tenga pies y cabeza, entre otras cosas. Con la misma, llegado un momento y por intervención divina, esa información genética reclamará su protagonismo en el alma, se decodificará por sí sola y empezará a dirigir el caos de células que aparecen de la nada, o del cielo, o del espíritu santo, que ya no sé qué es más fabuloso. De esa forma tan sencilla -para un dios, en todo caso- renace nuestra carne y volvemos a ser como fuimos (el patizambo volverá a ser patizambo y el ciego de nacimiento, ciego).

Pero si, por el contrario, no hay código genético registrado en el alma, prepárate entonces para adoptar la forma corpórea más impensada cuando tu carne resucite (Jean Marie LePen en el cuerpo de un negro mandinga, por ejemplo).

Ciertamente hay que hacer verdaderos encajes de bolillos para contemporizar las promesas de la Biblia con los conocimientos actuales de genética o de la ciencia en general. Y no digamos con los que están por venir.

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