sábado, 13 de noviembre de 2010

Escenas Celestiales LXXXII


No había acabado de poner el pie en el lugar y ya estaba preguntando por su madre, por su compañera de toda la vida y por su queridísimo perro bóxer. Como era previsible, no tardaron nada en presentarse y él los cubrió de besos para después montarlos sobre su espalda. Seguían siendo iguales a como los recordaba, a como los había guardado siempre en su corazón.

Así que era cierto. Se volvía a reencontrar con los suyos y en la mejor de las maneras que imaginarse pueda. Su felicidad no tenía límites. Se percató de inmediato de que el sufrimiento y las penas y todas las procesiones, llevadas casi siempre por dentro, ya no existían: habían quedado atrás y ya nunca iban a volver. Por delante tenía toda una eternidad para no ser otra cosa que un alma radiantemente feliz, así que se sirvió un whisky, montó junto a sus pasajeros en su deportivo dorado, puso la cinta de Antonio Carlos Jobim que tanto le gustaba, y se puso a hacer trompos como un descosido, quemando rueda y dibujando las curvas de la carretera que, ante ellos, se abría, infinita. Todas las demás almas se giraron hacia aquel desconcertante nuevo miembro de la congregación que arramblaba con todo, como un elefante en una cacharrería. A uno se le ocurrió preguntar quién era y alguien le respondió: es el Príncipe Néstor, Duque de Góngora y Conde de Velázquez. Genio y figura.

(Feliz viaje, tío mío. Salúdame a todos de mi parte. Un abrazo... y guárdame un sitio en tu coche, entre Alicia y Lucrecia, a ser posible.)

1 comentario:

  1. Ánimo, Miguel!! Se fue, pero sólo físicamente! Luis Roca

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