sábado, 5 de diciembre de 2009

Escenas Celestiales XXXIII


- Hola. ¿Nos conocemos?
- Creo que no.
- Pues conozcámonos.
- Eso. Conozcámonos.
Ambas almas dedicaron un tiempo no inferior a cinco años a contárselo todo mutuamente, tan grande es la curiosidad de las almas por conocerse unas a otras. Conviene en este punto recordar que en el Cielo hay miles de millones de almas, por lo que llegar a conocerlas todas requeriría más tiempo que la edad actual del universo, pero este dato a las almas les importa bien poco y se dedican alegremente a la tarea cognitiva recíproca, que es, junto a sentarse a la diestra de Dios padre, uno de los mayores alicientes de estar en el Cielo. El tiempo pasa y sigue pasando sin fin (la eternidad da para mucho), hasta que, en una ocasión, al ser preguntada por lo que había hecho en su vida en la Tierra, un alma va y responde:
- ¿La Tierra? ¿Qué es la Tierra?
- El sitio de donde todos provenimos. Un planeta azul que gira en torno a una estrella mediana que llamamos Sol. ¿No te acuerdas?
- Algo me suena, pero no.
- Fue allí donde viviste tu vida, donde aprendiste a ser piadoso y donde te ganaste tu estancia aquí.
- No recuerdo nada. La sensación que tengo es que siempre he estado aquí y nada más que aquí.
- Yo todavía me acuerdo de que había ciudades, parques, animales, bosques, fábricas, playas... y un cielo azul, azul, azul. Nada que ver con éste.
- Parece un lugar interesante, sin duda.
- Te juro que lo era. Durante una vida demasiado corta podías hacer el bien o el mal. Eso dependía de ti. Así es como se decidía todo lo que eres ahora. ¿Cómo es que no lo recuerdas? ¿No recuerdas cómo moriste?
- De eso debe hacer ya unos cincuenta y tres mil millones de años y por lo que dices, la vida en la Tierra debió ser una chispa microscópica en la eternidad. ¿Cómo quieres que me acuerde de nada?

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