jueves, 2 de abril de 2009

Packaging


De los EE.UU. guardo muy vivos recuerdos, a pesar de hacer ya más de diez años de mi última visita al país. De entre esos recuerdos hay uno que me asalta con fuerza cada vez que oigo hablar -o leo- de sostenibilidad: me veo en los inmensos pasillos de un hipermercado cualquiera, hipnotizado por el asombroso empaquetado de los productos y su espectacular presentación tipo cómic. La cosa es tal que así: reconoces el producto que estás adquiriendo por la foto del exterior del paquete, artísticamente retocada junto a unas tipografías muy trabajadas. El artículo es, en sí mismo, un perfecto anuncio publicitario y es difícil resistirse a comprarlo. Por ejemplo, el brécol va empaquetado en una bandeja cubierta de celulosa y con la imagen de un frondosísimo y lustroso arbolito de brécol en verde chillón que lo cubre todo. El brécol que va dentro no se ve. Recuerdo haber tenido entonces la seguridad de que un brécol expuesto a cuerpo gentil no lo habría comprado nadie, por sospechoso. La carne tampoco se la comprabas al carnicero. No había carnicero. No olía a carne. La res se encontraba ya completa y convenientemente despiezada en centenares de bandejas envasadas con celulosa. Era fácil ver que, con esta disparatada cultura del envasado, a los restos de carne caducada que quedarían sin vender se añadirían muchísimas bandejas de polietileno y plásticos varios. Esto precisaría, en el mejor de los casos, de un reciclaje extra. ¿Un qué? me preguntaron, confirmando así que estábamos en el caso peor.

Casi todo llevaba doble envoltura. A veces incluso tres y hasta cuatro capas, entre plásticos, papeles y cartones plastificados. Un disparate, y así lo dije. Alguien me hizo ver que el envasado (Packaging) era una industria que movía millones de dólares y generaba muchísimos puestos de trabajo en ese país. Me pareció que me invitaban a callarme y así lo hice por respeto, pero me quedé pensando que era absurdo gastar mano de obra y dineros en envolver un brécol para que la gente lo comprase sin verlo, en lugar de emplearlos en educar mejor a los consumidores para darles a conocer las bondades y el peligro casi nulo de un brécol desnudo. Lo sigo pensando. Debo de ser eso que llaman un elemento antisistema.

Yo lo llamo abrir los ojos. Contrariamente a la idea generalizada, nosotros NO somos el primer mundo. Como mucho, somos el segundo. Si alquien quiere experimentar lo que es el verdadero primer mundo, con su consumo inconsciente y exacerbado, la política del crecimiento por el crecimiento sin tener en cuenta las consecuencias y el derroche de recursos sin tino del que aquí tan sólo somos una caricatura, que vaya a Estados Unidos y se dé un salto por Los Angeles o Las Vegas. Así empezará a entender en qué consiste el 'American Way of Life' y por qué sólo parece poder sostenerse a base de guerras preventivas. O de llenar los océanos de basura, en el mejor de los casos. 

¿Alguno de ustedes tiene un gráfico de la basura diaria que producen los habitantes de cada país y me lo pasa? Más que nada por corroborar lo que para mí está claro.


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