sábado, 18 de abril de 2009

¡Hey, toro!


Sucedía inmediatamente después de que acabase la canción de Gaby, Fofó, Miliki y Fofito, según recuerdo. Los sábados por la tarde, yo recibía a los toros de la tele en blanco y negro con desesperación. Me sentía amigo del animal y no comprendía la salvajada. Recuerdo que era incapaz de entender cómo mi abuelo parecía pasárselo bien contemplando el espectáculo. Se lo pregunté, claro, y él me contestó: "A mí sólo me gusta ver cómo el toro sale al ruedo y cómo lo van toreando, pero lo de las banderillas y las picas ya no me gusta." Deduzco ahora que había cierta vergüenza escondida tras la respuesta, porque lo cierto es que se merendaba toda la corrida, el escarnio y sacrificio de seis astados, uno tras otro, de cabo a rabo.

Está claro que tiene que haber gente pató, pero esta frase tan refranera apenas me alcanza para entender que existan personas que no se compadezcan del dolor del animal. Deben de estar hechas de otra pasta, se comprende. Manolo Saco describe muy bien la congoja que me entraba cada vez que veía una corrida de toros y aparecían en el quite las banderillas, la sangre y todo lo demás (y eso que lo veía en blanco y negro). Si lo leen, tal vez podrán hacerse una idea.


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