viernes, 13 de enero de 2012

Una cabeza de caballo


En un momento dado, Zapatero ha entendido que le debía a alguien una explicación y esa explicación que le debía la ha venido a pagar en forma de una carta en la que hace autocrítica y reconoce, entre otras cosas, que no hubo agallas para llevar adelante la Ley de Memoria Histórica o para revisar los acuerdos preconstitucionales con la iglesia católica, amigo Sancho.

Eso de la autocrítica y de reconocer errores propios está muy bien y al menos supone un giro de 180º respecto a la actitud pública que a día de hoy aún mantiene su predecesor en el cargo, lo cual es encomiable y muy de agradecer desde un punto de vista humano. Sin embargo, la acción realmente positiva desde un punto de vista democrático sería que explicara por qué no tuvo agallas. Si es que había llamadas telefónicas al amanecer o si alguna cabeza de caballo llegó a aparecer en algún momento entre sus sábanas. ¿En qué consistía ese miedo? ¿Qué lo povocaba? ¿Cuáles eran las amenazas? Y lo más importante de todo: ¿Quién las profería? ¿Dónde está el poder real?

La verdadera explicación, Sr. Zapatero, (no para salvarse usted, sino para salvar nuestra democracia) nos la sigue debiendo.

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