lunes, 12 de diciembre de 2011

Crónicas de Berlín XXII



Ayer hojeé un libro con fotografías del Berlín de entreguerras y aprendí algunas cosas. Aprendí que en el borde noroeste de Kreuzberg, y a todo lo largo de la calle que unía la Stressemann con la Wilhelmstrasse, se extendía el edificio Europa, que incluía el Europa Tanzhaus (salón de bailes) y el Europa Café.

Por las fotos, en blanco y negro, supe de la majestuosidad de todos esos espacios, todos ellos ambientados en el más exquisito Art-Decó. Tras éstos se encontraba una nave de acero acristalado que albergaba un jardín de invierno (Wintergarten) con más de 20 metros de anchura, 40 de largo y unos quince de altura. El techo era enteramente corredizo, con lo cual era posible bailar a la luz de las estrellas en las noches de estío. Por allí pasaron las mejores y más importantes orquestas del mundo. El Café Europa era capaz de atender a 3.000 clientes a la vez y uno se los imagina con sus trajes charlestón, sus esmókings y sus pitilleras.

Todo en esas fotos habla de noches de lujo, glamour y júbilo: la 'Joie de Vivre' que caracterizó aquellos años locos. Atrás había quedado una cruenta guerra mundial y nada mejor que exorcizar los malos recuerdos con el champán y el baile, al son de los tambores de jazz.

Ves todas esas caras sonrientes y no puedes evitar pensar en lo que sucedería pocos años después. Y eso fue lo más importante que aprendí viendo las fotos: que el infierno está a la vuelta de la esquina sin que sepamos aventurarlo, que el ser humano es capaz de repetir los errores más brutales (y con creces) y que hoy estamos peor que entonces en muchos sentidos. Aprendí con escalofríos que hace ya tiempo que estamos en el filo de la navaja.

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