lunes, 19 de septiembre de 2011

Crónicas de Berlín XX


Domingo de Elecciones. Compartimos con varias personas el camino al colegio que queda a unos 200 metros de casa. Al llegar, dudamos de estar en el sitio correcto: no se ve a ningún policía por los alrededores. Un discreto folio pegado a la puerta de cristal nos confirma que no nos hemos equivocado de lugar.

Se vota en el piso de arriba, al que se puede acceder en ascensor, además de por las escaleras. Sigo sin ver fuerzas del orden, fuera o dentro de la sala, y tras la mesa donde hemos de identificarnos están sentadas sólo tres personas: la primera recibe nuestras citaciones del censo y nuestro pasaporte (da igual por qué letra empiece tu apellido, todos pasamos por el mismo sitio), la segunda se cerciora de que estamos en la lista y nos tacha, la tercera es la encargada de entregarnos en mano un boleto en el que están todas las opciones. Nos metemos en una de las tres cabinas que hay y marcamos con una equis nuestra elección. A continuación, una cuarta persona aparta un papel que hay sobre la urna y nos permite votar. Y ya está. Salimos, nos vamos por donde mismo vinimos y seguimos sin ver ningún policía.

De camino a casa comentamos la ausencia de los típicos interventores designados por los distintos partidos para supervisar que nadie haga trampas, así como el hecho de que una misma urna sirviera para recoger tres tipos distintos de boletos. Eran solamente cuatro las personas que representaban al Estado en aquel lugar y en aquel instante. Nos quedamos con la sensación de haber votado al presidente de la asociación de vecinos, en lugar de a los responsables que habrán de dirigir a todo nuestro distrito o a toda la región de Berlin. Entonces me acuerdo de las maderas oscuras, las volutas doradas, los ujieres medievales y el perifollo que caracterizan las sesiones del Parlamento español y lo comparo con la pureza de líneas y la funcionalidad de su homónimo alemán. Y empiezo a comprender.

¿Sabían ustedes que en este país todos los votos valen lo mismo, sin depender de a qué partido vayan? ¡Madre mía, qué gustazo me he dado votando! Ni se lo figuran...

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