sábado, 5 de marzo de 2011

Escenas Celestiales XCIX


¿Qué era aquel lugar? ¿Qué eran esas sensaciones tan extrañas? Tanto blanco en los ojos no podía ser otra cosa que la luz. Se sorprendió de poder distinguir unas sombras acuosas que dibujaban poco a poco sus aristas en el aire hasta adoptar formas definidas. Por primera vez en toda su existencia estaba viendo cosas, oyendo ruidos y -increíble, pero cierto- hablando con los demás, un poco torpemente al principio, es verdad, pero con mayor fluidez a cada momento que pasaba. No es posible explicar aquí la monumental sensación que le embargaba, baste con decir que estuvo saltando y gritando de júbilo durante los siguientes cien años sin parar. Se acercaba a las almas una a una y les pedía que le hablasen. En cuanto empezaban a hacerlo, aullaba de alegría y se iba saltando como una loca a por las siguientes. Inevitablemente, aquella alma que nunca atendía a lo que se le decía llamaba enormemente la atención y al cabo se volvió muy popular. Las demás almas no se explicaban cómo podía haber alguien con un comportamiento tan inusual en lugar tan sosegado como aquél (el lugar de mayor sosiego del Universo, no lo olvidemos). Lo que menos podían entender es que Dios no le hubiera todavía puesto freno, a esas alturas. Tal vez alguien hubiera debido explicarles que esa persona, en vida, fue una persona ciega y sordomuda y que se llamaba Helen Keller.

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