sábado, 19 de marzo de 2011

Escenas Celestiales CI


Imaginemos ese Cielo rebosante de almas. Hace milenios que la Tierra ya no existe y tampoco el Sol. La Humanidad ha desaparecido del Universo. No se escuchan canciones de Fred Astaire en ningún sitio. Nadie sabe ya lo que es un violín.

El rebaño de almas se solaza en las llanuras eternas y es feliz contemplando la Gloria Divina (lo que quiera que esto sea). No han hecho otra cosa en todo el tiempo que llevan allí, ni falta que les hace. De ser por ellas, seguirían así por toda la Eternidad. Y así debería de ser, al menos en teoría, porque jamás se dijo que la Eternidad fuera a tener un final.

Pero lo tuvo. Y lo tuvo porque, pese a tener un ego de dimensiones considerables, Dios se hartó en un momento dado de tanta contemplación, tanta alma y tanta vaina y acabó con todo en un ligero pronto de desdén, devolviendo las cosas al estado anterior al Big-Bang. No era lo prometido, desde luego, y más de uno habría actuado de otra forma de haber sabido lo que le esperaba, pero, ¿quién puede adivinar -y no digamos ya comprender- los inescrutables caminos del Señor?

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